Un gorrión en mis manos de Mónica Rodríguez y editada por Lóguez es una maravilla breve, sutil, clara y contundente. Habla de muchas cosas, pero yo creo que sobre todo habla de deseos, de apariencias y de culpa, esa incómoda compañera que a todos nos ha visitado alguna vez. Habla de culparse por desear cosas que no corresponden, o que te han hecho creer que no corresponden. De culparse, también, por no asumir esos deseos. Habla de aceptarse a uno mismo, de aceptar a otros y quererlos tal y como son, sin avergonzarse por ello.
Rebeca
El libro nos cuenta la historia de Rebeca, una niña entrando en la adolescencia que veranea con sus padres en Asturias. Allí tiene un par de amigas. También, una pandilla con un chico guapo como líder. Rebeca quiere encajar en todo eso, pero más bien porque es lo que se espera de ella, de una niña de su edad, no porque su cuerpo le pida a gritos estar allí, en ese momento, con esa gente. Su cuerpo, en realidad, le pide a gritos otra cosa.
Rebeca y Louise
Rebeca conocerá a Louise, una niña del pueblo que está totalmente marginada de cualquier grupo de chavales de su edad, porque lleva el pelo corto, porque va desarreglada, porque viste siempre igual…y lo cierto es que a ella poco le importa. Es intensa, segura de sí misma y quiere hacerse amiga de Rebeca. Al principio Rebeca se resiste un poco, porque esta niña es la rarita del pueblo, “la marimacho” y no quiere que la vean con ella. Sin embargo, siente un gran interés y atracción por Louise.
Al final, se harán amigas y la admiración de Rebeca por Louise irá creciendo de forma proporcional a las ganas con que intenta ocultar sus salidas con ella. No quiere que la relacionen con la rarita, con la marimacho. Mientras tanto, ese chico guapo, líder de la pandilla, le tira los trastos a Rebeca. De esta forma veremos cómo una niña tiene que vivir una complicada disyuntiva por dentro: apostar por lo que realmente siente y desea, o por lo que los demás esperan (o ella cree que esperan) de ella. Una lucha interna por las apariencias, por la culpa… Y todo con el fantástico contrapunto de Martín, el hermano de Rebeca que, siendo más pequeño, vive las cosas con una espontaneidad y despreocupación diferentes.
El deseo y la culpa
Esta lectura da lugar a muchas reflexiones. Yo me quedo con la responsabilidad que tenemos la sociedad en no hacer sentir bicho raro a nadie; en no dar por hecho que las niñas (y los niños) a cierta edad tienen que hacer esto o gustarles aquello otro, y en no culpabilizar el deseo, sea por quien sea o por lo que sea. Porque, a veces, sin que en tu entorno te prohíban algo de forma explícita o te lo afeen, hay mensajes, sutilezas, que van calando: que si una niña es una “marimacho” que si “ qué luz tiene mi niña cuando le ronda el amor” (cantado por esa abuela cuando ve a su nieta en compañía del chico guapo del pueblo). Todas esas cosas, que parecen una tontería, consiguen que una niña en la flor de la vida sienta miedo por cosas bonitas. Y culpa. La eterna culpa.
Louise se agachó entre las rocas. La red de pescar hundida en los charcos. Me imaginé allí, con ella, en lugar de estar con mis amigas mirando a unos idiotas jugar al fútbol. Acuclillada, el agua en los pies. El bañador metido a medias en el mar, goteando, y a ratos la marea empapándolo, tocándolo con su mano fría y sedosa, y Louise a mi lado.
Un gorrión en mis manos
Un gorrión en mis manos es una historia grande en un libro pequeño. Una historia de algo bonito y de algo feo. De algo que parece feo y resulta que es bonito.
De algo bonito que se vuelve feo.
Y todo esto envuelto de tal forma en una ambiente asturiano y marinero que casi se puede oler la sidra en las mesas de madera de los bares, las algas amontonadas en el puerto, la arena de la playa mojada por la lluvia.
Leer a Mónica Rodríguez es meterse una clase de escritura en vena. Da gusto ver la facilidad con la que te lleva por la historia, con la que te clava las imágenes, con la que elige de forma magistral las metáforas. Y siempre con ese estilo suyo tan poético, tan inconfundible.
Mónica Rodríguez
Mónica estudió Ciencias Físicas y trabajó durante mucho tiempo en un centro de investigaciones. En el año 2003 publicó su primer libro y en el 2009 se cogió una excedencia para dedicarse a la escritura Podéis estar seguros de que tomó una buena decisión. Es una de las autoras de literatura infantil y juvenil más prolíficas que conozco. Y una de las más laureadas, como no podía ser de otra manera. De hecho Un gorrión en mis manos fue uno de los libros premiados este año por la Fundación Cuatrogatos. También ha recibido el Premio Cervantes Chico por toda su trayectoria, el Premio Gran Angular, etc. Pero, además, anda metida siempre en muchas cosas, todas interesantes y algunas solidarias, como el Proyecto Bubisher que pretende acercar los libros y fomentar la lectura en los niños y adultos de los campamentos de refugiados saharauis. En este enlace podéis leer más acerca del proyecto.
En fin que Mónica Rodríguez es una autora necesaria, de lectura obligatoria, diría yo. Por lo que cuenta, por cómo lo cuenta.
Espero que disfrutéis esta lectura.
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Abrazos con olor a sal
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